La Sexualidad desde la mirada sistémica

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Algo que distingue la relación de pareja de la relación con un buen amigo/a es la existencia de la comunicación a través de la sexualidad. La sexualidad es un espacio en el que no entra nadie más que las personas que lo experimentan. Un espacio privado, sagrado, un espacio de conocimiento y de compartir lo más íntimo de cada uno, desde la mayor vulnerabilidad hasta todas las expresiones de afecto posibles se pueden dar a través de la sexualidad. Por eso es uno de los pilares en los que la vivencia de la pareja se apoya, porque es lo que la distingue de un buen amigo o de cualquier otra relación por más complicidad que haya en esa amistad.

Puede haber sexualidad con amor y sin amor. En una relación de pareja el amor se sella a través del intercambio sexual, a través de compartir esa intimidad desde la libertad que sólo corresponde a ese área de la vida, a través de entregarse en cuerpo y alma, a través de desnudarse, literalmente, ante la otra persona. Un desnudo que no es sólo físico, un desnudo que puede ir mucho más allá de lo corporal, que puede unirse al amor, que puede ser una expresión del amor, una expresión del espacio sagrado de la pareja, y ha de ser respetado. Ese espacio sólo corresponde a los miembros de la pareja, a nadie más, ni a los amigos de las respectivas partes.

Cuando se cuentan las intimidades de la sexualidad de la pareja, el inconsciente lo siente como una traición, porque es un espacio sagrado reservado sólo para ellos dos. Desde esa sacralidad y respeto mutuo, se alimenta el amor a través de la pareja, y se permiten zambullirse en un mundo de emociones, experiencias y sensaciones pendientes por descubrir. Cada uno con sus respectivas limitaciones, pero con amor y respeto se conocen y trascienden sus propios límites, logrando también con ello un gran crecimiento juntos. Por ejemplo, si una de las personas tiene dificultades a la hora de compartir su intimidad porque sufrió algún tipo de abuso, esa confidencia debe quedar entre ellos, y no ser desvelada a modo de curiosidad a otros, ya que sería una traición a la confianza e intimidad de la otra persona, y debilitaría la pareja.

La sexualidad es expresada a través del cuerpo, por tanto es importante honrar el cuerpo de la pareja tal y como es, así como su capacidad de expresión a través de la cuál se manifiesta y se abre hasta donde puede y hasta donde sus cargas emocionales se lo permiten.

Sea lo que sea que da la pareja a través de la expresión de su cuerpo, se ha de agradecer, sin exigir más de lo que puede dar, porque lo que da es lo que puede darse así mismo/a también. Todo diálogo de lo que se puede mejorar o de cómo se está sintiendo cada miembro de la pareja es adecuado y permite construir, pero partiendo de la aceptación de lo que hay y de la honra al otro tal y como es. Por otro lado, el disfrute sexual viene dado del intercambio entre el dar y el recibir.

En el cuerpo están guardadas muchas memorias inconscientes de traumas propios y de ancestros, por eso vivir la sexualidad de forma plena es un regalo que no siempre es facilitado desde un principio. De ahí la importancia de agradecerle ser como es. No exigirle que sea de otra forma, sino ponernos al servicio de la vida a través de la sexualidad. Un área que ha de ser tratada con respeto, empezando por el respeto hacia uno mismo.

Para poder agradecer la sexualidad de nuestra pareja tal y como es, en primer lugar, hay que poder llegar a sentir un profundo agradecimiento hacia nuestra sexualidad también tal y como es. Un regalo hermoso que si va acompañado de amor, puede hacer que todo se transforme en ese momento, hasta tal punto que es la fuente de vida.

A través de la expresión de nuestra sexualidad se están sanando generaciones y generaciones donde no se les permitió vivir la sexualidad siempre con amor, con conciencia y respeto.

Vivir la sexualidad de igual a igual, sin ejercer ningún tipo de poder ni de control sobre el otro es el reto de las parejas de este siglo, ya que nunca en la historia antes ha sido así. Esto será posible tras honrar lo masculino y lo femenino, y a todos los hombres y todas las mujeres de nuestro sistema, dejando con ellos su vida privada, y tomando la vida que nos llega a través de ellos, gracias precisamente a la transmisión de la vida que es posible a través de la sexualidad. Esta honra empieza, en primer lugar, hacia nuestros padres, hasta que podamos verles como una unidad sexual que nos dio la vida. Mientras se esté en la actitud de preferir más a uno que a otro, o de no verles por igual, no habrá permiso sistémico de vivir la sexualidad en plenitud.

Quien siente que tiene esta área de su vida bloqueada, lleva una gran carga sistémica en su vida, ya que afecta a la sexualidad propiamente dicha, a la pareja y la maternidad/paternidad.

Cuando una persona no tiene hijos, el sistema no da permiso para la descendencia hasta que no se haya resuelto lo suficiente a nivel sistémico como para seguir concibiendo vida, por eso el sistema lo impide de alguna forma, como una protección, ya que nacerían niños con una carga demasiado pesada. En estos casos, en primer lugar, decir sí al destino tal y como es. En segundo lugar, ponernos al servicio del sistema y de lo que se requiera de nosotros. En tercer lugar, desde la responsabilidad del adulto, elegir sanar, no para cambiar las cosas, sino para sencillamente sanar en lo profundo, independientemente de que se refleje como yo quisiera o no. Y es ahí donde pueden suceder los cambios, pero sin esperarlos. Con la conciencia de que si sucede es un regalo, no algo que se pueda exigir.

A través de la sexualidad se da la expresión máxima de la creación. Sin sexualidad no hay vida. Sin ese intercambio íntimo entre el hombre y la mujer, no hay vida.

Incluso en casos de violaciones, una fuerza más grande que nosotros mismos y que no podemos entender, es la que lleva a ejercer ese acto con violencia.

Es muy difícil hablar de este tema sin que nadie se sienta herido, porque son heridas muy profundas las que se crean en estas situaciones. Una violación es una invasión al cuerpo, a la intimidad, al espacio y al ser de la persona. Algo difícil de reparar, pero no imposible.

El poder repararlo va en beneficio, en primer lugar de la persona abusada, para poder sanar ese trauma que, en muchas ocasiones, marca toda una vida. Pero la liberación del trauma permite otra alegría en la vida, permite dejar el pasado atrás, la amargura, el resentimiento, y permite conectar de nuevo con las ganas de vivir. A la vez, cuando una víctima toma en el corazón al perpretador, se crea una resonancia de sanación que llega a todas las personas que están en esa misma resonancia.

Si la persona en quien se produce, permite en ella la reconciliación, a través del presente de esa reconciliación, se pueden sanar generaciones y generaciones de abusos. De esa forma, la vibración del abuso va perdiendo fuerza en la vida de la persona y en todo el sistema, y va tomando fuerza el amor a través de la reconciliación. Toda reconciliación va a permitir a la persona que lo experimenta una mayor apertura e impulso hacia la vida, que se puede reflejar en todas sus áreas, como fruto de un corazón abierto que mira todo tal y como es, y lo puede honrar. A la vez, el perpretador del abuso, debe asumir su responsabilidad y reconocer el daño que ha hecho a la víctima, para el bien de su vida y la de sus descendientes, ya que en caso contrario estos expiarán las consecuencias de sus actos, posiblemente a través de una situación similar.

En definitiva, el fluir de la sexualidad y la pareja es una forma de estar abiertos a la vida y de ponernos a su servicio, desde la honra, respeto y agradecimiento al otro tal y como es, y a uno mismo tal y como es. Y es un regalo del destino el poder experimentarlo, regalo para agradecer cada día.

Cristina Cáceres
Tel: 654 42 65 41
www.cristinacaceresmangas.com

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